Los introyectos en Terapia Gestalt

Fritz Perls define el concepto de introyección de la siguiente manera:
“La introyección es el mecanismo neurótico mediante el cual incorporamos dentro de nosotros patrones, actitudes, modos de actuar y pensar que no son auténticamente nuestros” .

Y esta incorporación de la que habla Perls se produce como resultado de una interacción directa con el ambiente en el que crecemos y nos movemos. En esta relación se produce un intercambio; tomamos del ambiente y también le devolvemos algo.
En el proceso de crecimiento el individuo debe aprender a discernir entre lo que le resulta beneficioso del ambiente y, por tanto, toma para sí mismo, y aquello que le es perjudicial o simplemente no le interesa tomar. Perls define muy bien este proceso:
“Podemos crecer solo si en el proceso de tomar o adoptar algo, lo digerimos y asimilamos completamente. Lo que hemos adoptado o asimilado en buena forma del ambiente, pasa a ser nuestro para hacer lo que nos plazca. (…) Pero lo que tragamos íntegro, aquello que aceptamos indiscriminadamente, lo que
ingerimos sin digerir, pasa a ser un parásito, un cuerpo extraño que hace de  nosotros su morada”

Así pues, el introyecto es aquello que yo he tragado de fuera hacia dentro, sin masticar y en muchas ocasiones sin digerir de forma explícita o implícita de mi sistema familiar o el entorno social o educativo en el que crezco.

Algunas introyecciones nos enseñan a convivir en sociedad y aprendemos con ellas a comportarnos de forma respetuosa y nos ayudan a mantener buenas relaciones.

E​n cambio, hay otras que probablemente están obsoletas y no nos sirven, por lo que es necesario hacer una buena masticación y digestión. Precisamente, una buena parte del proceso terapéutico consiste en darse cuenta de los introyectos que tenemos grabados y que nos están afectando en nuestro aquí y ahora, en nuestra libertad personal, de forma inconsciente.

La metáfora que utiliza Perls sobre el proceso de digestión es muy clara: al igual que cuando comemos un alimento el cuerpo necesita pasar por un proceso de masticación, deglución, digestión y eliminación de aquello que no necesita, lo mismo ocurre con el “alimento psicológico que nos presenta el mundo”.

De todo aquello que recibimos del ambiente necesitamos, ante todo, tomar conciencia de que es algo externo a nosotros. Juicios, frases, sentencias, dogmas, ideas… El ambiente es un constante bombardeo de creencias y por eso es importante darse cuenta de dónde vienen, cómo me llegan y si lo quiero para mí o no.

Sin embargo, muchas veces no somos conscientes de que estamos “comiéndonos” todo lo que nos llega de fuera. La mayoría de las introyecciones que tenemos nos las hemos tragado de niños: lo que nos decían nuestros padres, en el colegio, la familia, los amigos,etc. todo era asimilado como verdad. Esto lo explican muy gráficamente Erving y Miriam Polster siguiendo con la metáfora de la masticación:

“El niño pequeño acepta cualquier cosa que no experimenta instantáneamente como nociva. Acepta el alimento en la forma en que se lo ofrecen o lo escupe. Al principio no puede reelaborar la sustancia para que le siente mejor, como lo hará más adelante, cuando empiece a masticar. Desde que mastica aprende a reestructurar lo que ingiere, pero antes de eso traga confiadamente cualquier alimento que se le proporciona, y lo mismo traga impresiones acerca de la  naturaleza del mundo” .

Es interesante analizar la estrecha relación que existe entre la introyección y el proceso de aprendizaje del niño. El niño crece absorbiendo todo lo que hay a su alrededor. En un principio, necesita confiar en el mundo y dejarse empapar ya que no tiene capacidad de discernimiento y no puede elegir lo que toma y lo que no. De todo lo que recibe (palabras, sentencias, afectos, trato…) con suerte habrá una parte positiva y enriquecedora de la que se podrá nutrir.

Sin embargo, muy pronto empieza a notar cierta incongruencia entre las obligaciones y mandatos que recibe del exterior y sus necesidades más profundas. Irremediablemente, la verdadera identidad del niño se va difuminando más o menos rápidamente para ir dando espacio a la “verdad” de los adultos.
Cuando el niño se va haciendo mayor y ya ha introyectado todo un sistema de valores que constituye la base de su “educación”, va aprendiendo a convivir con cierta incomodidad y contradicción interna cada vez que aquellos introyectos que se ha tragado como supuestas verdades entran en disonancia con sus verdaderas necesidades o anhelos.

El aprendizaje mediante la introyección sería perfecto si el ambiente se ajustase como un guante a las necesidades e inquietudes del niño. Por supuesto, nunca es así.
La mayor dificultad de la introyección es la categoría de verdad que le atribuye el niño a su propio aprendizaje (hecho que, evidentemente, también ha introyectado). De manera que el aprendizaje del niño es inocente, ingenuo, y no tiene la capacidad de discriminar entre lo que le sirve y lo que no.

Para tomar la propia responsabilidad,  llega un momento en la vida en que el individuo tiene que aprender a seleccionar lo que quiere para sí y lo que no, además de convivir con ciertas presiones y contradicciones que nacen de la reivindicación de su propio punto de vista.

Con suerte, el niño, el adolescente y, posteriormente, el adulto, irán imponiendo su propia visión, aunque eso suponga muchas veces tener que luchar. Y esta lucha no es solamente con el exterior, con el ambiente que se intenta imponer, sino que también es con uno mismo. Ver la tensión que se produce entre aquello introyectado y la propia visión es un gran reto para el adulto.

Ante esto, el punto de vista de la Terapia Gestalt es muy claro: solo siendo consciente de lo que ha “tragado” podrá cambiarlo si así lo desea. Tomando conciencia de sus introyectos, desde el momento presente, podrá responsabilizarse de ellos y liberarse de pesadas cargas que lo mantienen alejado de su auténtico ser.

Y este es el camino hacia la responsabilidad: empezar a apropiarnos de aquellos introyectos que llevamos a nuestras espaldas para poder hacer el proceso de asimilación y digestión que en la niñez no pudimos hacer. Para ello debemos tomar consciencia de nuestros introyectos, destruirlos (masticarlos) para prepararlos para la posterior asimilación y digestión, y, por último, desechar todo aquello que no necesitamos, que nos hace daño o simplemente, que no nos interesa.

Desde la perspectiva creativa, la introyección tiene relación con la tradición, con la sabiduría del tiempo, con nuestras raíces y nuestros orígenes. Si adoptamos la actitud de un humilde aprendiz podemos recuperar el pasado para hacerlo propio. De este modo, la introyección puede ser un mecanismo creativo que nos permita sacar recursos de lo aprendido, siempre que nos resulte útil y enriquezca nuestra visión del mundo. Desde esta perspectiva, la introyección puede ser una herramienta para asimilar valores positivos de la tradición e ir construyendo una identidad.

En la historia de El Principito, concretamente entre el vínculo que se establece entre el protagonista y el zorro, queda reflejada esta idea de la introyección como recuperación de lo aprendido, de la tradición:
“Entonces apareció el zorro:
Buenos días­dijo el zorro.
Buenos días­respondió cortésmente el principito, que se dio la vuelta, pero no vio nada.
Estoy aquí­dijo la voz­, bajo el manzano…
¿Quién eres?­dijo el principito­. Eres muy lindo…
Soy un zorro­dijo el zorro.
Ven a jugar conmigo­le propuso el principito­. ¡Estoy tan triste!…
No puedo jugar contigo­dijo el zorro­. No estoy domesticado.
(…)
¿Qué significa domesticar?
Es una cosa demasiado olvidada­dijo el zorro­. Significa c​rear lazos”​ .
El zorro utiliza la palabra “domesticar” en un sentido positivo. Para él, el hecho de ser domesticado por el principito supone establecer un vínculo, una relación que le dé profundidad y sentido a su vida. Lo explica con estas bellas palabras:
“­Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero si me domesticas todo se llenará de sol. (…) Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado
será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo”
….
A través del vínculo, el zorro ganará una historia, un recuerdo, una referencia que le dé algún sentido de pertenencia. Como cuando el niño es educado por sus padres, la escuela y la sociedad, el zorro se deja domesticar y gana también cierto sentido de identidad.
Y a pesar de que en algún momento el zorro habla de necesidad, en ningún momento establece con él una relación de dependencia. El valor y el sentido que ha cobrado su vida al ser domesticado va más allá de estar o no cerca del principito, va más allá del apego. De hecho, no es hasta el momento de la separación, de la despedida, que todo cobra sentido:
“Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida: ­¡Ah!…­dijo el zorro­. Voy a llorar.
Tuya es la culpa­dijo el principito­. No deseaba hacerte mal, pero quisiste que te domesticara…
Sí ­dijo el zorro.
¡Pero vas a llorar!­dijo el principito.
Sí­ dijo el zorro.
Entonces, no ganas nada. ­Gano­ dijo el zorro­, por el color del trigo” .

A pesar del dolor por la pérdida, el zorro siente que se lleva una ganancia muy valiosa de su relación con el principito. Y esta ganancia no es material sino que es una ganancia interna, de espíritu.

Para terminar este apartado de la introyección, quisiera recuperar la visión de Fritz Perls cuando afirma que la introyección tiene dos grandes peligros:
Primero, el hombre que introyecta no puede desarrollar su propia personalidad. Este hombre se dedica a engullir y acumular introyectos dentro de sí mismo sin hacer un cribado, de modo que todo aquello que toma para sí mismo va tapando aquello que realmente es.
Segundo, la introyección puede contribuir a la destrucción de la personalidad cuando uno se traga dos conceptos que son incompatibles entre sí.
El conflicto interno es tan grande cuando no somos conscientes de los introyectos que están operando en nosotros, que podemos llegar a destruir nuestras opciones de crecer y desarrollarnos libremente como individuos.

En palabras del propio Perls:

“​El conflicto interno del neurótico es una batalla hasta inmovilizarse en un jaque mate, donde ningún lado gana, donde la personalidad se ve inmovilizada, imposibilitada de proseguir su crecimiento y desarrollo” .

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Seguimos…

Núria Remus

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